No sé si os habréis enterado, pero el viernes hice cola para presentar la matrícula [voz de fondo: “Algo había oído, sí…”]. Una cola muy larga, de cerca de hora y media. Yo solo. Sin un libro, sin mi mp3, sin nada de nada.
A los diez minutos me subía por las paredes. Cambiaba el peso de una pierna a otra, me estiraba, miraba a mi alrededor rascándome la pelambre del mentón, me ponía de cuclillas y vuelta a empezar (ni siquiera había un muro donde apoyarse). Como siempre que me aburro, llevé la mano al bolsillo de la cartera, para hacer criba de papelotes y demás. Pero me había dejado la cartera en casa. Lo único que llevaba encima eran los papeles de la beca, un boli bic azul, las llaves de casa y del coche, y el móvil. Seguramente McGuiver hubiera hecho una grapadora con todo eso (que tú dices: “¿Y para qué sirve una grapadora en esa situación?”. Pues para echar el rato haciendo manualidades, lissto), pero yo soy aquel niño al que en el colegio mandaron una vez a hacer un pequeño cofre de madera, y cuando levantabas la tapa se caía hacia atrás…
En ese momento me sonó un sms en el móvil, uno de esos de: “Le informamos de que el número tal sigue sin estar disponible”, que te llegan cuando menos los esperas (en mi caso, generalmente de madrugada… ¬¬). Cuando fui a borrarlo, me apareció un mensaje de advertencia del móvil. 95% de la memoria de mensajes llena.
-Pues tampoco tengo nada mejor que hacer –me dije a mí mismo, así que me di a la monótona tarea de borrar mensajes.
Mientras iba seleccionando qué borraba y qué no, me di cuenta de lo que da título al post. Todo este tiempo había ido creando un diario de bolsillo en mi móvil. Peleas, confesiones, listas de la compra, quedadas para salir por ahí, mensajes de felicitación por cosas que había olvidado ya, de compañeros de mi antiguo trabajo, de gente de mi otra carrera. Podía abocetar cómo había ido evolucionando mi vida en los últimos años, partiendo de los primeros mensajes de mi relación con E.; de los primeros de colegueo a otros más cariñosos y cada vez más descarados, hasta llegar a los propios de una pareja, para después de un breve lapso (no llegaba a diez mensajes), comenzar otros más agrios que presagiaban el fin de la relación. Desfiló ante mí la despedida de mis compañeros de filología, mi entrada en Carrefour, los amigos que hice allí, los comienzos en la nueva carrera, mi estrepitosa salida del curro, los aprobados de junio… Remitentes que aparecían varias veces seguidas y luego no volvían a dar señales, según iban saliendo de mi vida y eran reemplazados por nombres nuevos, con nuevas coñas y nuevas historias. Y Anne, por supuesto, pero eso me lo reservo para mí (jojojo).
Dejé de llevar un diario de crío porque me parecía eso, de críos. Empecé el blog porque me pareció una forma de compartir coñas y anécdotas, y de conocer gente, pero no es un verdadero diario. No contiene ni una ínfima parte de la información que contenía la memoria de mi móvil. De hecho, cuando terminé de hacer criba, estuve un rato pensando en lo que podría aprender de mi un desconocido que se encontrara mi teléfono por ahí. Versión siglo XXI de la novela epistolar.
Me pareció una idea muy bonita y romántica en un primer momento, un desconocido que se va metiendo en la historia de mi vida, fantaseando con las partes que no conoce, con las lagunas entre mensajes (quizá algún día escriba una historia con eso), pero se me quitó en seguida. En realidad es algo que da mucho miedo, si os paráis a pensarlo. Casi tanto como perder la cartera. La de putadas que podría hacerte alguien con la memoria de mensajes, la agenda, y mala hostia. A partir de ahora tendré más cuidado con dónde pongo el móvil (que el viernes casi lo pierdo en la playa, por cierto).
Si no sois de esos que borran los mensajes nada más recibirlos seguro que os habéis quedado con ganas de echar un vistazo a vuestra bandeja de entrada (o a la de algún allegado, que nos conocemos XD). ¿Cuánto de vosotros dice vuestro móvil?
Hu-ha!
P.D.- Y eso sin incluir las fotos y los vídeos, que sería para un post aparte XD
P.P.D.- Réstate dos puntos si has llegado hasta aquí sin darte cuenta de que estrenamos cabecera :P
A los diez minutos me subía por las paredes. Cambiaba el peso de una pierna a otra, me estiraba, miraba a mi alrededor rascándome la pelambre del mentón, me ponía de cuclillas y vuelta a empezar (ni siquiera había un muro donde apoyarse). Como siempre que me aburro, llevé la mano al bolsillo de la cartera, para hacer criba de papelotes y demás. Pero me había dejado la cartera en casa. Lo único que llevaba encima eran los papeles de la beca, un boli bic azul, las llaves de casa y del coche, y el móvil. Seguramente McGuiver hubiera hecho una grapadora con todo eso (que tú dices: “¿Y para qué sirve una grapadora en esa situación?”. Pues para echar el rato haciendo manualidades, lissto), pero yo soy aquel niño al que en el colegio mandaron una vez a hacer un pequeño cofre de madera, y cuando levantabas la tapa se caía hacia atrás…
En ese momento me sonó un sms en el móvil, uno de esos de: “Le informamos de que el número tal sigue sin estar disponible”, que te llegan cuando menos los esperas (en mi caso, generalmente de madrugada… ¬¬). Cuando fui a borrarlo, me apareció un mensaje de advertencia del móvil. 95% de la memoria de mensajes llena.
-Pues tampoco tengo nada mejor que hacer –me dije a mí mismo, así que me di a la monótona tarea de borrar mensajes.
Mientras iba seleccionando qué borraba y qué no, me di cuenta de lo que da título al post. Todo este tiempo había ido creando un diario de bolsillo en mi móvil. Peleas, confesiones, listas de la compra, quedadas para salir por ahí, mensajes de felicitación por cosas que había olvidado ya, de compañeros de mi antiguo trabajo, de gente de mi otra carrera. Podía abocetar cómo había ido evolucionando mi vida en los últimos años, partiendo de los primeros mensajes de mi relación con E.; de los primeros de colegueo a otros más cariñosos y cada vez más descarados, hasta llegar a los propios de una pareja, para después de un breve lapso (no llegaba a diez mensajes), comenzar otros más agrios que presagiaban el fin de la relación. Desfiló ante mí la despedida de mis compañeros de filología, mi entrada en Carrefour, los amigos que hice allí, los comienzos en la nueva carrera, mi estrepitosa salida del curro, los aprobados de junio… Remitentes que aparecían varias veces seguidas y luego no volvían a dar señales, según iban saliendo de mi vida y eran reemplazados por nombres nuevos, con nuevas coñas y nuevas historias. Y Anne, por supuesto, pero eso me lo reservo para mí (jojojo).
Dejé de llevar un diario de crío porque me parecía eso, de críos. Empecé el blog porque me pareció una forma de compartir coñas y anécdotas, y de conocer gente, pero no es un verdadero diario. No contiene ni una ínfima parte de la información que contenía la memoria de mi móvil. De hecho, cuando terminé de hacer criba, estuve un rato pensando en lo que podría aprender de mi un desconocido que se encontrara mi teléfono por ahí. Versión siglo XXI de la novela epistolar.
Me pareció una idea muy bonita y romántica en un primer momento, un desconocido que se va metiendo en la historia de mi vida, fantaseando con las partes que no conoce, con las lagunas entre mensajes (quizá algún día escriba una historia con eso), pero se me quitó en seguida. En realidad es algo que da mucho miedo, si os paráis a pensarlo. Casi tanto como perder la cartera. La de putadas que podría hacerte alguien con la memoria de mensajes, la agenda, y mala hostia. A partir de ahora tendré más cuidado con dónde pongo el móvil (que el viernes casi lo pierdo en la playa, por cierto).
Si no sois de esos que borran los mensajes nada más recibirlos seguro que os habéis quedado con ganas de echar un vistazo a vuestra bandeja de entrada (o a la de algún allegado, que nos conocemos XD). ¿Cuánto de vosotros dice vuestro móvil?
Hu-ha!
P.D.- Y eso sin incluir las fotos y los vídeos, que sería para un post aparte XD
P.P.D.- Réstate dos puntos si has llegado hasta aquí sin darte cuenta de que estrenamos cabecera :P